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Hoy, voy a escribir como lo que soy: un novato, un joven periodista que pide disculpas anticipadamente si es que en alguna de sus próximas líneas se ve superado por la emotividad o los sentimientos. Simplemente escribiré con la verdad entre los dedos, con lo que siento y creo.

No es secreto para nadie que el periodismo ha sido desde hace muchos años mi pasión, vocación y convicción. Lo ejerzo pobremente, desde una trinchera que se rige bajo una misma regla: nunca digas mentiras y que justo eso la hace pobre, pues vivimos tiempos que exigen sensacionalismo para vender tirajes enteros o ganar clics por montones. No sé, sin embargo, si logro cumplir cabalmente con dicha resolución.

Como dije hace unas horas en este mismo perfil de Facebook, el hecho de que dos personajes tan trascendentales en el ejercicio periodístico de México hayan muerto el mismo año, además de ser algo tristísimo, es una oportunidad para la reflexión. Yo hice la mía.

No sé en qué momento me hice periodista. Realmente lo desconozco; sólo sé que a mis cuatro años, casi cinco, mi madre me dio las armas que hoy me permiten desarrollar una profesión a la que todavía considero noble pese a lo manchada que se encuentra: aprendí a leer y escribir. A partir de entonces vinieron los primeros libros de mi vida. “El Principito” y “Crónica de una muerte anunciada”, fueron dos obras que me encandilaron en mis tempranos nueve o 10 años, junto a los libros de texto de la SEP para las primarias. Creo que fue a esa edad cuando me hice lector.

Crecí y entré en mi turbulenta adolescencia; mis padres se separaron, perdí un semestre de la preparatoria (y otro fui dado de baja temporalmente tras haber aprobado 9 de 10 exámenes extraordinarios; necesitaba pasar los 10 para seguir regularmente. Fue un año para el olvido) y, en suma, mi (en ocasiones) insoportable personalidad se configuró definitivamente. La obra de Gabriel García Márquez (y su pasado como periodista) me atraparon de tal forma que en mí creció la inquietud por ser “uno igual que el Gabo”. Primero periodista, después escritor. Sabía que quería escribir, pero aún faltaba definir qué, cómo, cuándo, dónde… por qué. Entonces me encontré con diversos autores y comencé a sentir la incontrolable obsesión (que hasta la fecha permanece así: incontrolable) por leer y escribir. Julio Cortázar, Truman Capote, Octavio Paz, Gonzalo Rojas, Pablo Neruda, Rubén Darío, Milan Kundera, Albert Camus, Franz Kafka (y su turbulenta relación con su padre), Ernest Hemingway, Charles Bukowski, etc, etc; todos pasaron por mis ojos asombrados que hoy vuelven a esas mismas páginas para entenderlas mejor. Soñaba con vivir en los arrabales y mantenerme de mis letras gastadas hasta que la inmortalidad me alcanzara; era un iluso.

Poco a poco, las tormentas se fueron disolviendo y me pude encaminar hacia otras influencias (más benéficas todas ellas). Recuerdo una ocasión que leía una biografía de Paz algo en mí se encendió cuando supe por primera vez del golpe a Excélsior durante el sexenio de Luis Echeverría. Para entonces los temas de la matanza de Tlatelolco en el 68, el Jueves de Corpus en el 71, el terremoto del 85 y el asesinato de Luis Donaldo Colosio en 94, me apasionaban (apasionan) indescriptiblemente. Como ya se imaginarán, el medio por el que más supe y aprendí de estos temas fueron dos: los libros que se han escrito al respecto y, en buena medida, los reportajes y especiales que año tras año la revista Proceso dedicaba a todos estos acontecimientos. Julio Scherer y Vicente Leñero se convirtieron en mis máximos y hoy siguen siendo referentes indiscutibles en mi día a día.

Quiero hacer hincapié en los casos del 85 y el 94. Con la llegada de Youtube a nuestras vidas, tuve acceso a dos materiales que hoy, en mi temprana labor como periodista, me resultan incuestionables a la hora de responder la pregunta: “¿Qué trabajos te han inspirado?”. Lo que Jacobo Zabludovsky hizo la mañana de aquel 19 de septiembre o la tarde-noche de ese marzo del 94, aún me enchina la piel; la forma en que describió la destrucción de la ciudad y cómo hizo a Talina Fernández dar el anuncio de la muerte de Colosio, incluso antes que Liébano Sáenz, me crispan. Tengo que decirlo: cómo quisiera algún día poder generar una pieza periodística de tal calibre, de tal resonancia, de tal magnitud. Culpo a mi ego, culpo a mi añoranza, pero es la verdad.

¿El 68? El famoso “hoy fue un día soleado”, al igual que a muchos de ustedes, me enferma, me enoja, me hace formular mil preguntas que sólo encontrarán respuesta en esa evocación ficticia que Vicente Leñero escribió y en donde Jacobo se arrepiente de su oficialismo y apego al poder. Hoy murió, ya no sabremos nunca si deseaba haber cambiado algo de su accionar en el pasado. Yo rescato una frase que dio en una entrevista para Reforma meses antes de que 24 horas, el noticiario que condujo en Televisa por casi tres décadas: “sólo el que no hace nada no fracasa ni lo critican”. La ética y la moral en esta profesión, nos la puede cuestionar cualquiera y qué bueno, porque eso es un pulso mas no una verdad absoluta de cómo estamos ejecutando nuestra labor. A mí también me habría encantado saber de sí mismo la razón por la que calló ese octubre del 68, aunque todos sabemos perfectamente cuál fue: el PRI era absoluto, la información no podía escaparse de su ojo y las disidencias eran poco leídas. No es justificación, insisto; a mí también me enferma pero no por eso no reconozco que su trabajo, su aportación y su valía en el periodismo mexicano es incuestionable y minimizarla a un burdo (¡extremadamente burdo!) panfleto reaccionario de “Que no te haga bobo Jacobo”, es injusto y carecer de argumentos sólidos.

Su cultura, inteligencia y siempre profesionalismo, son esos ejemplos que crecí admirando y a los que apenas aspiro.

Humano al final de cuentas, tan capaz de una crónica memorable en medio de un desastre natural como de una paupérrima entrevista a Salvador Dalí. Muestras de que todos somos capaces de alcanzar lo sublime y lo más patético en una misma vida.

Quedamos aquí nosotros, los que esperamos honrar un poquito al menos esta profesión que te da tanto como te quita.

Si llegaron hasta acá: gracias por leer a un servidor.

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