Home

por Santiago Soriano

La muerte siempre es una decisión para los escritores. Desde mucho antes de que este día se escriba (como tantas páginas, como tantas sílabas encadenadas entre sí), el autor elige qué será su muerte. No cómo ni tampoco cuándo. Solamente el qué, la esencia de su partida que, al final de cuentas, es la que componen el recuerdo, el legado y la ausencia. García Márquez lo decidió antes del jueves santo. Con la anticipación propia de quien sabe que el cáncer lo está aniquilando poco a poco y de forma irreductible.

Mi experiencia con Gabriel está muy ligada a los primeros años de mi vida de lector pues fue el primer autor al que admiré profundamente y al cual deseé emular en más de una ocasión. Así como él inventó su Macondo a partir de la adorada Aracataca, yo, más que crearme un pueblo húmedo con llanuras pantanosas, adapté la región natal de mi madre para escribir mis primeros cuentos: Otatitlán, Veracruz. Allí también hubo un Aureliano al que decidí nombrar Casimiro (como mi abuelo) y una enredadera de amores intrincados donde más de uno sintió entre sus piernas cómo la carne se convertía en palabra y en opresión: todo al mismo tiempo.

Creo fervientemente que el colombiano eligió que su muerte fuera un festival donde varios arlequines trepados en altos zancos rodearan su cuerpo cubierto de flores de guayaba en una procesión donde el destino final fuera un lago de agua salada con peces emperador atravesándose entre ellos por la emoción mortal de ver el arribo de un hombre que en su nombre llevaba sangre, tripas de cerdo y pabilo por si hacían falta. Tiene que ser así: los cien años, la lluvia interminable, el cabello larguísimo de Sierva María, la cena donde el platillo principal es la mierda,  los últimos días de Simón Bolívar, la miopía de Florentino Ariza y el sentimiento de culpa de Fermina Daza, la abuela desalmada, Santiago, la víctima de los hermanos Vicario, el olor a tierra virgen, el sexo de vocales pariendo mangos pudriéndose bajo el sol… cada fragmento con sabor a violación: todo, absolutamente todo fue parte del plan de Gabriel para decirnos que iba a morirse así, con Mercedes, Rodrigo y Gonzalo en San Ángel.

Su decisión fue totalmente congruente con el hecho de que siempre fue un autor en estado puro, lo que hizo que sus páginas fueran, inevitablemente, para lectores naturales, para los que en un principio carecen de pretensiones o ínfulas; es decir: para casi todos los que nos consideramos lectores fervientes pero al principio solamente fuimos personas que deseaban inundarse de fantasía y asombro. Cada libro fue un escape para todos aquellos que se quedan con lo más honesto del libérrimo ejercicio de leer: ser o estar (o ambas cosas) en un mundo aparte donde la realidad no puede alcanzarnos, donde sus tentáculos no pueden arrancarnos de un sueño que se va agotando en un cuentagotas (o cuentapáginas). Los lectores que nunca se transforman -¡Qué bueno!- son quienes no encontrarán la cantidad suficiente de lágrimas para alcanzar a llenar un hueco harto difícil de dimensionar. Quienes terminamos por alejarnos de esa pureza, trataremos de encontrar el párrafo donde comenzamos a ser unos y dejamos de ser otros. Ambos, sin distinción alguna, nos vamos a acostar con algo faltándonos y sabremos que, más que Gabriel, será un pedazo de tiempo, de vida en donde fuimos y dejamos de ser, donde, al mismo tiempo, iniciamos nuevamente pero con otras pupilas para ver, como él, a través del hielo.

Quién sabe, pero yo creo que García está ahora en Otatitlán, platicando con Casimiro sobre cómo fueron aquellos turbulentos días de la juventud donde Macondo era más un pedacito de Aracataca incrustado en su corazón.

El calor golpea las paredes de bambú seco y el suelo con hormigas rojas trepando sobre el pulgar desnudo de Gabriel. La tarde se alza amenazante; el tiempo se ha detenido diciéndole a todos los que fuimos marcados que es hora de comenzar un nuevo libro y de rogar por nuevas realidades.

Se nos están acabando las oportunidades de escapar. Gabriel García Márquez lo supo todo el tiempo y por eso dejó de escribir mucho antes de morirse en jueves.

Leave a comment